Salutación


SALUTACIÓN SEMANA SANTA 2006
MOLTS ANYS !

Quan hem arribat a la societat de la comunicació sense fronteres, us felicit per aquesta iniciativa de la Web, desitjant-vos llarga vida i un bon servei als germans, sobre tot, en assumptes relacionats amb la Setmana Santa popular… La que se celebra en el temple i la que se viu al carrer.

Com vos vaig dir al Toro, una reviu la Mort i Resurrecció de Jesucrist en els temples, en la litúrgia, sota els signes sacramentals, i l’altra recorda de manera pràctica i emotiva aquest mateix esdeveniment.

No és una reproducció, però sí que és un record visible, públic, col-lectiu, plàstic, emotiu… que evoca i desperta sentiments de tot tipus, també sentiments religiosos.

Tant de bo que la vostra Confraria continuï afavorint cada vegada més aquests sentiments religiosos, i contribuint a que tots sentin cada vegada més la necessitat de participar plena i conscient en l’anomenat «sacratísim tridu del crucificat, del sepultat i del ressuscitat» o Tridu Pasqual.

Molt agraït i amb la meva salutació a cadascú.

Joan Piris, Bisbe de Menorca

SALUTACIÓN DE LA JUNTA DIRECTIVA

Los Miembros de la Cofradía del Santo Sepulcro de la Parroquia de Santa Maria de Mahón, fieles continuadores de la tradición secular existente en nuestra ciudad de veneración a la imagen del Cristo Yacente, con el deseo de continuar transmitiendo el mensaje de amor y entrega que representa la muerte de nuestro Señor Jesucristo por todos nosotros, pero también la esperanza en el futuro basada en su resurrección saludamos desde esta ventana abierta al mundo a todos nuestros hermanos cofrades, a quienes comparten con nosotros la fe en Cristo resucitado y a todos lo hombres de buena voluntad, esperando que las nuevas tecnologías sean un útil instrumento que contribuya a un mayor hermanamiento y comunicación entre todos los cofrades y a una continua y mas intensa difusión del mensaje de Cristo, más alli de las celebraciones propias de la Semana Santa .

Mahón a 31 de marzo de 2006
La Junta Directiva

SALUTACIÓN SEMANA SANTA 2010

El tiempo de cuaresma que comienza el próximo día 17, miércoles de ceniza, es una buena ocasión para que todos nosotros profundicemos en el planteamiento de la vida cristiana. Es un tiempo que nos ayuda a preparar la Pascua del Señor.

El Triduo Pascual, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, es el momento más importante de nuestro calendario y el centro hacia donde confluyen todas las restantes celebraciones del año. Se complementará el Triduo con la Cincuentena Pascual, el tiempo de la pascua hasta la fiesta de Pentecostés, donde los cristianos expresamos la profunda alegría de sabernos salvados por el Señor. Alegría externa con mil signos distintos de nuestras tradiciones y del ritmo natural de las estaciones. Y sobre todo alegría interna por participar de la Resurrección de Cristo y la convicción confiada de que la muerte no es nuestro destino final.

Para participar de la Pascua hace falta la preparación cuaresmal. Una preparación externa con signos que nos recuerden la importancia de la mortificación, del pequeño sacrificio, de la renuncia, en definitiva de la ascesis permanente. Y, sobre todo, una preparación interna que, dando sentido a lo anterior, busca la conversión de cada uno de nosotros hacia el Señor. La conversión es el radical cambio de mentalidad, el cambio de registro para que nuestra vida quede en la sintonía de Jesucristo. Desde lo más profundo de nuestro corazón debemos pedir el cambio, la conversión, para avanzar en el camino que Él nos ha señalado. Como todos los años, el texto evangélico proclamado el miércoles próximo nos golpeará el corazón para exigirnos autenticidad de vida y nos recordará la propuesta de los medios más útiles para conseguirlo: la oración, el ayuno y la limosna. Son tres palabras que nos evocan la profunda realidad de este tiempo litúrgico y nos exigen una mirada a Dios (oración), una mirada al interior de uno mismo (ayuno) y una mirada al prójimo (limosna) como base principal para formular mil preguntas aptas para revisar nuestro comportamiento.

Como cada año el Papa nos regala un mensaje personal para la Cuaresma. El de este año nos recuerda la invitación que la Iglesia nos hace: una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Parte de aquella afirmación de S. Pablo, la justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22) para explicar el significado de justicia, los orígenes de la injusticia, la etimología hebrea de esta virtud para terminar con la afirmación de que Cristo es la justicia de Dios. Hay dos frases en el texto que me gustaría resaltar: «La justicia de Cristo es ante todo la justicia de la gracia donde no es el hombre quien repara, se cura a sí mismo y a los demás». Y más adelante dice: «Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo «mío» para darme gratuitamente lo «suyo». Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía»
Es un mensaje breve y claro; os invito a que lo leáis. Personalmente a mi me da pie para recordar a todos los cristianos de nuestra diócesis algunos aspectos que nos exige la preparación personal durante esta cuaresma en la que, como siempre, se nos propone la conversión al Señor sin caer en rutinas o en desánimos.
Pecado (lo «mío») y gracia (lo «suyo») son realidades que todo cristiano experimenta en su vida presente. También cuando bucea en su interior para revisar su pasado pidiendo el perdón tras haber reconocido la existencia del pecado.

El cristiano necesita experimentar la alegría y la gracia del perdón. Y esto de un modo especial se hace patente en el sacramento de la Penitencia al que acude como remedio para seguir creciendo en el seguimiento del Señor. Revisa su propia vida utilizando el criterio del Decálogo o bien la triple relación que establece toda persona con Dios, con el prójimo o consigo mismo; se duele del mal ocasionado y se arrepiente; dice los pecados al confesor con la intención de no repetirlos; recibe la absolución y da gracias a Dios por el regalo del perdón.
Todos nosotros debemos recuperar con normalidad para nuestra vida cristiana el sacramento de la Penitencia, llamado también de conversión, de la confesión, del perdón y de reconciliación. El Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerdan con gran claridad afirmando con contundencia que nadie queda excluido porque todos somos pecadores. Dice la Constitución sobre la Iglesia. «Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (LG 11).
El Catecismo nos enseña que sólo Dios perdona el pecado y que «Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia a favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial» (CIC 1446). Hace referencia a los pasajes evangélicos para fundamentar y dar a conocer su profundo significado y recorre la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Más adelante nos recuerda los elementos esenciales del sacramento.
Repasando la vida de los cristianos en las últimas décadas, observo un preocupante olvido, indiferencia o, lo que es peor, un rechazo de la práctica del sacramento de la Penitencia. Como si ya no fuera necesario recibir el perdón de Dios o como si el ser humano se manifestara tan autosuficiente que prescindiera de la limitación, la imperfección o el pecado. En estas circunstancias hace falta insistir en algo que es obvio pero que puede quedar en la penumbra de la reflexión y de la práctica de nuestras comunidades cristianas. En la enseñanza de la Iglesia, no ha habido modificaciones sustanciales en la administración de este sacramento. Por los interrogantes que en ocasiones se suscitan, es fundamental recordar lo norma de la confesión de los pecados y la absolución individual que recibe el penitente. Conviene que todos lo tengan presente para que la experiencia cristiana cuente siempre con todos los medios que el Señor ha puesto a su alcance a fin de que, a medida que transcurra la vida, con dificultades, caídas y arrepentimientos, se observe el proceso de crecimiento y maduración del seguimiento, costoso pero lleno de gracia, que cada individuo realiza tras las huellas del Redentor.

Conviene que todos, sacerdotes y fieles laicos, nos repitamos las razones para la práctica del sacramento. Que evitemos las excusas o los impedimentos que lo alejan de la vida cristiana: la vergüenza, la repetición, el cansancio, la ausencia de confesores en las parroquias, la nula o poca conciencia de pecado, el trato directo y exclusivo del ser humano con Dios sin necesidad de confesor…

Un último apunte estrictamente humano y que tal vez se podría prescindir de su lectura porque, con lo dicho antes, queda expresada con creces mi pretensión actual.
En estas últimas décadas en nuestra sociedad se habla mucho de masificación humana, de anonimato urbano, de incomunicación, de lejanía entre las personas que viven juntas. Nos da la impresión de que falta diálogo, encuentro y relación personal. En el seno de la Iglesia contamos desde siempre con este medio que Dios pone a nuestra disposición para que nos beneficie en los distintos niveles vitales. En el sacramento de la Penitencia, además de la relación con Dios y la recepción de la gracia, se produce una relación interpersonal -confesor, penitente- que ayuda y enriquece, que orienta y marca un camino de esperanza, donde se habla desde la intimidad y se escucha desde el respeto y la dignidad, donde se descubren las limitaciones e insuficiencias personales y se valora y se reconoce la sinceridad y la coherencia del prójimo.
Seguramente esto último podría ser una buena puerta para empezar a entrar en la gran estancia de la explicación del perdón y la gracia del sacramento de la Penitencia.

Termino con la entrañable exhortación que San Pablo dirigía a los corintios. Hermanos: Dejaos reconciliar con Dios (2Cor 5, 20). Acudid a la confesión. Comprobaréis la alegría de sentir el perdón y aprenderéis a perdonar.

Que la Virgen María nos acompañe en este tiempo de Cuaresma.

Salvador Giménez Valls
Bisbe de Menorca
Ciutadella de Menorca, 12 de febrer de 2010